Familias neurodivergentes: otras maneras de ser, sentir y vivir

Familias neurodivergentes: otras maneras de ser, sentir y vivir

Foto: FreePik

En un mundo que tradicionalmente ha valorado la uniformidad y la "normalidad", las familias neurodivergentes emergen como un ejemplo de la riqueza que aporta la diversidad cerebral.

 

Una familia neurodivergente es aquella en la que uno o más de sus miembros presentan diferencias en el funcionamiento cerebral que se apartan de lo que la sociedad ha definido como “neurotípico”, es decir, el estándar de procesamiento cognitivo, emocional y social.

 

Estas diferencias pueden incluir el trastorno del espectro autista (TEA), el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), la dislexia, la dispraxia, el síndrome de Tourette, entre otras.

 

¿Qué significa ser neurodivergente?

 

El término "neurodivergente" fue atribuido para describir a las personas cuya arquitectura neurológica no se alinea con lo que la sociedad considera la forma estándar de pensar, sentir o comportarse, en contraste con los "neurotípicos", que representan la mayoría. La neurodivergencia no es un trastorno en el sentido tradicional, sino una variación natural del cerebro humano que implica diferencias en la forma en que se procesa la información, se aprende, se siente y se interactúa socialmente.

 

Estas diferencias no deben verse como defectos o enfermedades, sino como expresiones legítimas de la diversidad humana, análogas a otras características como el sexo, la etnia o la orientación sexual. Por ejemplo, una persona con autismo o TDAH puede tener dificultades en ciertos contextos, pero también posee fortalezas como la creatividad, la concentración intensa o habilidades para el pensamiento abstracto.

 

Vivir en clave neurodivergente

 

El reto, sin embargo, no solo es individual o familiar. Es colectivo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, 1 de cada 100 niños tiene autismo, y el TDAH afecta a entre el 5% y el 7% de la población mundial. Aun así, los espacios públicos, los entornos escolares y los medios de comunicación siguen promoviendo una idea única de lo que es “normal”.

 

En México, se estima que alrededor de cinco millones de niños presentan alguna condición relacionada con la neurodiversidad, de los cuales aproximadamente la mitad requeriría atención especializada. En particular, el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) afecta cerca del 5% de niños y adolescentes en el país, lo que equivale a alrededor de 1’600,000 menores diagnosticados, aunque solo un pequeño porcentaje recibe tratamiento adecuado.

 

Variación, no enfermedad

 

El modelo médico ha tendido históricamente a clasificar estas condiciones como enfermedades que deben ser tratadas o corregidas. Sin embargo, las condiciones de la neurodivergencia como el autismo o la dislexia no son fallas que deben corregirse, sino formas diferentes y válidas de funcionamiento cerebral. Este enfoque se opone al modelo médico tradicional que ve estas condiciones únicamente como discapacidades o trastornos que requieren tratamiento para "normalizar" a la persona.

 

Además, muchos de los desafíos que enfrentan las personas neurodivergentes surgen no solo de sus diferencias neurológicas, sino también de un entorno social y cultural que no está adaptado a sus necesidades. Por ejemplo, las aulas, los lugares de trabajo o incluso eventos sociales suelen diseñarse pensando en personas neurotípicas, lo que puede excluir o dificultar la participación plena de quienes tienen un cerebro que funciona de manera diferente.

 

Este cambio de paradigma implica que la sociedad debe adaptarse para ser más inclusiva, reconociendo y valorando las distintas formas de pensar y aprender, y proporcionando apoyos adecuados para que las personas neurodivergentes puedan desarrollarse plenamente.

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