
Cada 30 de abril, con la conmemoración del Día de la Niña y el Niño, que a veces se reduce a globos, dulces y sonrisas, cuando la verdad es que este día carga mucho más peso del que estamos dispuestos a admitir, esto debido a que, como si fueran productos financieros, imaginamos a las infancias como productos de inversión en futuro y no como seres en desarrollo, en presente. La niñez no es solo una etapa bonita que dejamos atrás, más bien es el cimiento, sobre el que construimos el resto de nuestras vidas. Es esa parte de nosotros que, aunque intentemos sepultar bajo rutinas, deudas y relojes que marcan la hora de entrada y de salida, nunca desaparece, solo que a veces dejamos de escucharla.
Mientras termina de extinguirse este día pienso que es crucial preguntarnos ¿qué fue de ese niño o niña que fuimos? ¿Qué heridas, qué sueños, qué miedos cargamos todavía de esa etapa? ¿Qué tanto de nuestra capacidad de asombro, de juego, de empatía, sobrevive a los golpes de la adultez?
Con el tiempo, la experiencia y dar la razón a mis viejos (a veces muy a mi pesar), he aprendido que no se trata de romantizar la infancia. No todos los recuerdos son dulces, no todas las infancias son justas. Pero precisamente por eso, este día nos pone frente a un espejo incómodo, el cual nos debería poner en el guion que las niñas y niños de hoy están formando sus primeras certezas sobre el mundo y nosotros somos parte de esas certezas.
¿Qué mensajes les estamos dando? ¿Que el mundo es un lugar seguro para ser libres? ¿O uno donde tienen que encajar, callar, sobrevivir?
Es fundamental asumir la responsabilidad de construir un presente menos hostil para ellas y ellos, buscando siempre promover derechos, abrir espacios, proteger sus voces, respetar sus tiempos.
Y al mismo tiempo, también es una invitación íntima ya que necesitamos reconciliarnos con nuestra propia historia. Abrazar al niño o la niña que alguna vez fuimos y decirle "Lo estamos haciendo, a nuestro tiempo. Sobrevivimos y aún podemos soñar, solo no exageres ni te sobre exijas."
En el fondo, cuidar de la niñez no es solo un acto para la sociedad, también representa cuidar y rendir un homenaje a nuestras propias versiones infantiles.
Hoy, después de leer esta tu columna favorita, detente, cierra los ojos y mírate al espejo y pregúntale a tu versión infantil ¿Qué ve? seguramente responderá que está orgullosa u orgulloso, porque sigues aquí. Ahora abre los ojos y persigamos un futuro, pero sobre todo un mejor presente para todas las infancias
Sígueme en twitter como @carlosavm_